La responsabilidad social corporativa gira en torno a dos valores: contribuir al bien común y hacerlo de forma que implica ir más allá de lo exigible. No hay más que recordar el pasaje evangélico del joven rico, al que Jesús exhorta a darlo todo, es decir, a salir de sí mismo e ir hacia el otro, más allá del mero cumplimiento de la ley. La RSC empieza donde acaban las obligaciones legales y actúa en los empleados, los clientes, los inversores y el medio ambiente.
Esta visión pone a los empresarios y directivos cristianos frente al desafío de combinar una economía dirigida al servicio del hombre y un desarrollo sostenible respetuoso con la conservación de los recursos naturales. Solo respetando la verdad, la libertad y la dignidad de las personas es posible afrontar este reto más allá de lo “traducible en cifras económicas”